(22/08/2015)
Libro de Rut 2, 1-3.8-11.4,13-17.
Noemí tenía, por parte de su esposo, un pariente muy rico llamado Booz, de la familia de Elimélec. Rut, la moabita, dijo una vez a Noemí: "Déjame ir a recoger espigas al campo, detrás de alguien que me haga ese favor". "Puedes ir, hija mía", le respondió ella. Entonces Rut se puso a recoger espigas en el campo, detrás de los que cosechaban, y tuvo la suerte de hacerlo en una parcela perteneciente a Booz, el de la familia de Elimélec. Entonces Booz dijo a Rut: "¡Oyeme bien, hija mía! No vayas a recoger espigas a otro campo ni te alejes para nada de aquí; quédate junto a mis servidores. Fíjate en qué terreno cosechan y ve detrás de ellos. Ya di orden a mis servidores para que no te molesten. Si tienes sed, ve a beber en los cántaros el agua que ellos saquen". Rut se postró con el rostro en tierra y exclamó: "¿Por qué te he caído en gracia para que te fijes en mí, si no soy más que una extranjera?". Booz le respondió: "Me han contado muy bien todo lo que hiciste por tu suegra después que murió tu marido, y cómo has dejado a tu padre, a tu madre y tu tierra natal, para venir a un pueblo desconocido. Booz se casó con Rut y se unió a ella. El Señor hizo que ella concibiera y diera a luz un hijo. Entonces las mujeres dijeron a Noemí: "¡Bendito sea el Señor, que hoy no te deja faltar quien responda por ti! Su nombre será proclamado en Israel. El te reconfortará y será tu apoyo en la vejez, porque te lo ha engendrado tu nuera que te quiere tanto y que vale para ti más que siete hijos". Noemí tomó al niño, lo puso sobre su regazo y se encargó de criarlo. Las vecinas le dieron su nombre, diciendo: "Le ha nacido un hijo a Noemí", y lo llamaron Obed. Este fue el padre de Jesé, el padre de David.
Salmo 128(127), 1-2.3.4.5.
¡Feliz el que teme al Señor
y sigue sus caminos!
Comerás del fruto de tu trabajo,
serás feliz y todo te irá bien.
Tu esposa será como una vid fecunda
en el seno de tu hogar;
tus hijos, como retoños de olivo
alrededor de tu mesa.
¡Así será bendecido
el hombre que teme al Señor!
¡Que el Señor te bendiga desde Sión
todos los días de tu vida:
que contemples la paz de Jerusalén.
del Evangelio según San Mateo 23, 1-12.
Jesús dijo a la multitud y a sus discípulos: "Los escribas y fariseos ocupan la cátedra de Moisés; ustedes hagan y cumplan todo lo que ellos les digan, pero no se guíen por sus obras, porque no hacen lo que dicen. Atan pesadas cargas y las ponen sobre los hombros de los demás, mientras que ellos no quieren moverlas ni siquiera con el dedo. Todo lo hacen para que los vean: agrandan las filacterias y alargan los flecos de sus mantos; les gusta ocupar los primeros puestos en los banquetes y los primeros asientos en las sinagogas, ser saludados en las plazas y oírse llamar 'mi maestro' por la gente. En cuanto a ustedes, no se hagan llamar 'maestro', porque no tienen más que un Maestro y todos ustedes son hermanos. A nadie en el mundo llamen 'padre', porque no tienen sino uno, el Padre celestial. No se dejen llamar tampoco 'doctores', porque sólo tienen un Doctor, que es el Mesías. Que el más grande de entre ustedes se haga servidor de los otros, porque el que se ensalza será humillado, y el que se humilla será ensalzado".
REFLEXIÓN
“El que se ensalza será humillado, y el que se humilla será ensalzado”
Si uno es pecador, no es humildad reconocerlo. Existe sin embargo humildad cuando quien tiene conciencia de haber realizado grandes cosas no por ello concibe una alta idea de sí mismo; cuando se parece a san Pablo hasta el punto de poder decir: “Mi conciencia nada me reprocha” (1 Co 4,4), o: “Cristo Jesús vino al mundo a salvar a los pecadores, y el primero soy yo” (1 Tm 1,15). En esto consiste la humildad: a pesar de la grandeza de nuestros actos, estimarnos en poco en nuestro espíritu.
Sin embargo Dios, por razón de su inefable amor a los hombres, no sólo acepta al que se humilla de esta manera, sino también a los que confiesan francamente sus faltas, y se muestra favorable y benévolo con los que tienen tal disposición. Para que te des cuenta de lo bueno que es no tener una alta idea de sí mismo, represéntate dos carros. Engancha a uno la virtud y el orgullo, al otro el pecado y la humildad. Verás que el tiro del pecado adelanta al de la virtud, no precisamente por su propio poder, sino por la fuerza de la humildad que le acompaña, y aquella se queda atrás no por la debilidad de la virtud, sino por el peso y la enormidad del orgullo.
escrito por San Juan Crisóstomo (c. 345-407),
presbítero en Antioquía, después obispo de Constantinopla,
doctor de la Iglesia
Sobre la naturaleza incomprensible de Dios 5, 6-7 ; PG 48, 745
(fuente: www.evangeliodeldia.org)
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