(21/12/2015)
Cantar de los Cantares 2, 8-14.
¡La voz de mi amado! Ahí viene, saltando por las montañas, brincando por las colinas. Mi amado es como una gacela, como un ciervo joven. Ahí está: se detiene detrás de nuestro muro; mira por la ventana, espía por el enrejado. Habla mi amado, y me dice: "¡Levántate, amada mía, y ven, hermosa mía! Porque ya pasó el invierno, cesaron y se fueron las lluvias. Aparecieron las flores sobre la tierra, llegó el tiempo de las canciones, y se oye en nuestra tierra el arrullo de la tórtola. La higuera dio sus primeros frutos y las viñas en flor exhalan su perfume. ¡Levántate, amada mía, y ven, hermosa mía! Paloma mía, que anidas en las grietas de las rocas, en lugares escarpados, muéstrame tu rostro, déjame oír tu voz; porque tu voz es suave y es hermoso tu semblante". Coro
Salmo 33(32), 2-3.11-12.20-21.
Alaben al Señor con la cítara,
toquen en su honor el arpa de diez cuerdas;
entonen para él un canto nuevo,
toquen con arte, profiriendo aclamaciones.
El designio del Señor
permanece para siempre,
y sus planes, a lo largo de las generaciones.
¡Feliz la nación cuyo Dios es el Señor,
el pueblo que él se eligió como herencia!
Nuestra alma espera en el Señor;
él es nuestra ayuda y nuestro escudo.
Nuestro corazón se regocija en él:
nosotros confiamos en su santo Nombre.
del Evangelio según San Lucas 1, 39-45.
María partió y fue sin demora a un pueblo de la montaña de Judá. Entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel. Apenas esta oyó el saludo de María, el niño saltó de alegría en su seno, e Isabel, llena del Espíritu Santo, exclamó: "¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a visitarme? Apenas oí tu saludo, el niño saltó de alegría en mi seno. Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor".
REFLEXIÓN
«CAUSA DE NUESTRA ALEGRÍA»br />
No hay cosa más bella en el mundo que comunicar alegría. «¡Bastantes penas tiene la vida!», solemos decir. Cuando alguien consigue contagiar alegrías a los demás, hacerle esbozar una sonrisa, arrancarle una buena carcajada, tengo para mí que algún nuevo lucero se ha encendido en el firmamento nocturno de la Humanidad. Contar un buen chiste, hacer un comentario inocentemente jocoso a su tiempo, aliviar con humor una pena, es aumentar en los hombres el caudal de la esperanza. Todo el evangelio es alegría porque todo él es esperanza. Por eso se llama «buena noticia». Y, si no, que se lo pregunten al ciego, al mudo, al paralítico, a los leprosos, a la samaritana, a la adúltera. Estoy seguro que ellos, por toda respuesta, nos contestarían: «El Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres». Pues, bien, ved a María en el evangelio de hoy. Acaba de recibir la visita del ángel que le ha traído la «buena noticia»: «Concebirás y darás a luz un hijo, le pondrás por nombre Emmanuel, será grande y se llamará Hijo de Dios...».
Ella se dio cuenta de que la larga esperanza de Israel podía convertirse en realidad, si ella se comprometía a aquellos planes. No podían traerle una alegría mayor. Y se abandonó en el abismo de Dios: ¡Sea
Pero, ¡ojo! que ella no se guardó la alegría en el paladeo personal de la maravilla. Ella, tan intimista y amiga de «guardarlo todo en su corazón», se desbordó. Consciente de que la alegría, como el bien, es difusiva, se fue a la montaña de Ain-Karín, a casa de su prima. Y aquel encuentro fue el triángulo de la alegría, un sin par «aleluya, a tres voces»: el Niño «dio saltos de gozo en sus entrañas»; Isabel no pudo menos que cantar: «Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre». Y María... ¡Bueno! María salmodió la «Oda de la Alegría» por excelencia: «Mi alma glorifica al Señor y se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador».
Andando el tiempo, San Pablo dirá: «Estad alegres en el Señor...». Y es natural. Una vez que «el Verbo se hizo carne», con todo lo que esto supone, y que «pasó por la vida haciendo el bien», la tristeza no puede tener cabida en el cristiano. «Un santo triste es un triste santo», decía dolorosamente Santa Teresa. Por eso, como oro en paño, guardan aún sus monjas, en el convento de San José, unas alpargatas, unas castañuelas y unas chirimías, con las que la santa bailaba para alegrar su conventico. Ejemplos como los de la castiza santa castellana echan por tierra los ataques de todos los «Nietzsches» que han afirmado que el cristianismo es «una religión pesimista que entenebrece el mundo con su tristeza». ¡Mentira!
Hombre, no podemos negar que ha sólido haber «aguafiestas» de tres al cuarto, que han confundido «santidad» con «sequedad». Sé yo que, en seminarios y noviciados, más de una vez, se dudaba de la «vocación» de quienes eran «demasiado abiertos, joviales y dicharacheros».
Pero esas posturas no pasaron de ser desenfoques del verdadero evangelio que, lo repito, es alegría. Oídme una cosa. Las tres virtudes teologales son cuatro: fe, esperanza, caridad y alegría. Lo que pasa es que el hombre confunde la alegría con el follón, la gamberrada y otros sucedáneos aberrantes. Pero, claro, como decía Walton: «Nuestras alegrías no pueden ser ésas que obligan a nuestros amigos, a la mañana siguiente, a mirarnos avergonzados». Evidente. ¡La alegría que llevó María a su prima Isabel, ya os dais cuenta, era otra cosa! Por eso, la llamamos «Causa de nuestra alegría».
ELVIRA-1.Págs. 201 s.
(fuente: www.mercaba.org)
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