(17/02/2016)
Libro de Jonás 3, 1-10.
La palabra del Señor fue dirigida por segunda vez a Jonás, en estos términos: "Parte ahora mismo para Nínive, la gran ciudad, y anúnciale el mensaje que yo te indicaré". Jonás partió para Nínive, conforme a la palabra del Señor. Nínive era una ciudad enormemente grande: se necesitaban tres días para recorrerla. Jonás comenzó a internarse en la ciudad y caminó durante todo un día, proclamando: "Dentro de cuarenta días, Nínive será destruida". Los ninivitas creyeron en Dios, decretaron un ayuno y se vistieron con ropa de penitencia, desde el más grande hasta el más pequeño. Cuando la noticia llegó al rey de Nínive, este se levantó de su trono, se quitó su vestidura real, se vistió con ropa de penitencia y se sentó sobre ceniza. Además, mandó proclamar en Nínive el siguiente anuncio: "Por decreto del rey y de sus funcionarios, ningún hombre ni animal, ni el ganado mayor ni el menor, deberán probar bocado: no pasten ni beban agua; vístanse con ropa de penitencia hombres y animales; clamen a Dios con todas sus fuerzas y conviértase cada uno de su mala conducta y de la violencia que hay en sus manos. Tal vez Dios se vuelva atrás y se arrepienta, y aplaque el ardor de su ira, de manera que no perezcamos". Al ver todo lo que los ninivitas hacían para convertirse de su mala conducta, Dios se arrepintió de las amenazas que les había hecho y no las cumplió.
Salmo 51(50), 3-4.12-13.18-19.
¡Ten piedad de mí, Señor, por tu bondad,
por tu gran compasión, borra mis faltas!
¡Lávame totalmente de mi culpa
y purifícame de mi pecado!
Crea en mí, Dios mío, un corazón puro,
y renueva la firmeza de mi espíritu.
No me arrojes lejos de tu presencia
ni retires de mí tu santo espíritu.
Los sacrificios no te satisfacen;
si ofrezco un holocausto, no lo aceptas:
mi sacrificio es un espíritu contrito,
tú no desprecias el corazón contrito y humillado.
del Evangelio según San Lucas 11, 29-32.
Al ver Jesús que la multitud se apretujaba, comenzó a decir: "Esta es una generación malvada. Pide un signo y no le será dado otro que el de Jonás. Así como Jonás fue un signo para los ninivitas, también el Hijo del hombre lo será para esta generación. El día del Juicio, la Reina del Sur se levantará contra los hombres de esta generación y los condenará, porque ella vino de los confines de la tierra para escuchar la sabiduría de Salomón y aquí hay alguien que es más que Salomón. El día del Juicio, los hombres de Nínive se levantarán contra esta generación y la condenarán, porque ellos se convirtieron por la predicación de Jonás y aquí hay alguien que es más que Jonás.
REFLEXIÓN
“Los hombres de Nínive se convirtieron con la predicación de Jonás, y aquí hay uno que es más que Jonás”
Abre, Señor, ábreme la puerta de tu misericordia antes de mi partida (Mt 25,11). Porque es preciso que me vaya, que venga a ti y me justifique de todo lo que digo de palabra, de todos mis actos y de todo lo que pienso en mi corazón. “Incluso el rumor de mis murmullos no dejan de escuchar tus oídos” (Sab 1,10). David exclama en su salmo: “Tú has creado mis entrañas; se escribían todas en tu libro” (Sl 138, 13.16). Leyendo en él los caracteres de mis malas acciones, grábalas sobre tu cruz, porque es en ella que me glorío (Gal 6,14) gritándote: “Ábreme”…
Nuestro espíritu se ha endurecido hasta el punto que cuando hemos oído hablar de las calamidades de otros, no nos hemos corregido en absoluto (Lc 13,1s). “Todos se extravían, igualmente obstinados, no hay uno que obre bien, ni uno solo” (Sl 13, 2-3). Los ninivitas, en otro tiempo, se convirtieron al escuchar la palabra del profeta. Pero nosotros no hemos comprendido ni la llamada ni la amenaza. Ezequías con sus lágrimas consiguió hacer huir a los asirios provocando contra ellos la justicia de lo alto (2R 19). Ahora bien, los asirios… nos han llevado a la cautividad, y nosotros no hemos llorado ni gritado: “Ábrenos”.
Altísimo Señor, juez de todos, no esperes a que nosotros cambiemos de conducta; tú no tienes necesidad de nuestras buenas acciones, porque cada uno de nosotros se dedica a hacer malas acciones con el pensamiento y la voluntad. Puesto que esto es así, Salvador, dirige nuestros días según tu voluntad, sin esperar a nuestra conversión, porque es posible que ella nunca llegue a realizarse. Y aunque viniera, sería por poco tiempo, no persiste hasta el final. Es como la simiente caída entre las piedras, como la hierba sobre los tejados, que se seca antes de crecer (Mc 4,5; Sl 128,6). Derrama tus misericordias sobre nosotros y sobre los que exclaman: “Ábrenos”.
San Romano el Melódico (?-c. 560), compositor de himnos
Himno 51
(fuente: evangeliodeldia.org)
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