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domingo, 27 de abril de 2014

"¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes"

Segundo Domingo de Pascua o de la Divina Misericordia

Libro de los Hechos de los Apóstoles 2, 42-47.

Todos se reunían asiduamente para escuchar la enseñanza de los Apóstoles y participar en la vida común, en la fracción del pan y en las oraciones. Un santo temor se apoderó de todos ellos, porque los Apóstoles realizaban muchos prodigios y signos. Todos los creyentes se mantenían unidos y ponían lo suyo en común: vendían sus propiedades y sus bienes, y distribuían el dinero entre ellos, según las necesidades de cada uno. Intimamente unidos, frecuentaban a diario el Templo, partían el pan en sus casas, y comían juntos con alegría y sencillez de corazón; ellos alababan a Dios y eran queridos por todo el pueblo. Y cada día, el Señor acrecentaba la comunidad con aquellos que debían salvarse.


Salmo 118(117), 2-4.13-15ab.22-24.

Que lo diga el pueblo de Israel:
¡es eterno su amor!
Que lo diga la familia de Aarón:
íes eterno su amor!
Que lo digan los que temen al Señor:
¡es eterno su amor!

Me empujaron con violencia para derribarme,
pero el Señor vino en mi ayuda.
El Señor es mi fuerza y mi protección;
él fue mi salvación.
Un grito de alegría y de victoria
resuena en las carpas de los justos.

La piedra que desecharon los constructores
es ahora la piedra angular.
Esto ha sido hecho por el Señor
y es admirable a nuestros ojos.
Este es el día que hizo el Señor:
alegrémonos y regocijémonos en él.


Epístola I de San Pedro 1, 3-9.

Bendito sea Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo, que en su gran misericordia, nos hizo renacer, por la resurrección de Jesucristo, a una esperanza viva, a una herencia incorruptible, incontaminada e imperecedera, que ustedes tienen reservada en el cielo. Porque gracias a la fe, el poder de Dios los conserva para la salvación dispuesta a ser revelada en el momento final. Por eso, ustedes se regocijan a pesar de las diversas pruebas que deben sufrir momentáneamente: así, la fe de ustedes, una vez puesta a prueba, será mucho más valiosa que el oro perecedero purificado por el fuego, y se convertirá en motivo de alabanza, de gloria y de honor el día de la Revelación de Jesucristo. Porque ustedes lo aman sin haberlo visto, y creyendo en él sin verlo todavía, se alegran con un gozo indecible y lleno de gloria, seguros de alcanzar el término de esa fe, que es la salvación.


del Evangelio según San Juan 20, 19-31.

Al atardecer de ese mismo día, el primero de la semana, estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, por temor a los judíos, llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: "¡La paz esté con ustedes!". Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor. Jesús les dijo de nuevo: "¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes". Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: "Reciban el Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan". Tomás, uno de los Doce, de sobrenombre el Mellizo, no estaba con ellos cuando llegó Jesús. Los otros discípulos le dijeron: "¡Hemos visto al Señor!". El les respondió: "Si no veo la marca de los clavos en sus manos, si no pongo el dedo en el lugar de los clavos y la mano en su costado, no lo creeré". Ocho días más tarde, estaban de nuevo los discípulos reunidos en la casa, y estaba con ellos Tomás. Entonces apareció Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio de ellos y les dijo: "¡La paz esté con ustedes!". Luego dijo a Tomás: "Trae aquí tu dedo: aquí están mis manos. Acerca tu mano: Métela en mi costado. En adelante no seas incrédulo, sino hombre de fe". Tomas respondió: "¡Señor mío y Dios mío!". Jesús le dijo: "Ahora crees, porque me has visto. ¡Felices los que creen sin haber visto!". Jesús realizó además muchos otros signos en presencia de sus discípulos, que no se encuentran relatados en este Libro. Estos han sido escritos para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y creyendo, tengan Vida en su Nombre.


REFLEXIÓN

El Evangelio de este Domingo II de Pascua nos relata dos apariciones de Jesús resucitado ocurridas ambas el primer día de la semana.

La primera aparición ocurrió el mismo día de la resurrección de Jesús: "Al atardecer de aquel día, el primero de la semana, estando cerradas, por miedo a los judíos, las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, se presentó Jesús en medio y les dijo: 'Paz a vosotros'". El evangelista tiene una intención clara de insistir en que esta aparición ocurrió el "primer día de la semana". Ya había hecho notar que fue el primer día de la semana (cf. Jn 20,1) cuando María Magdalena y los apóstoles Pedro y Juan acudieron de madrugada al sepulcro de Jesús y no encontraron su cuerpo. Habría bastado que dijera: "Al atardecer de aquel día". Pero, con el fin de asegurarse de que esta circunstancia no pase inadvertida, la recalca: "aquel día, el primero de la semana".

Por otro lado, el evangelista da por descontado el hecho de que ese día debían encontrarse todos los discípulos reunidos: "estaban cerradas las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos". El Evangelio no relata en qué momento se reunieron todos los discípulos, excepto Tomás. Más bien relata lo que hicieron esa mañana dos de ellos -Pedro y Juan- y concluye que estos dos, después de verificar que el sepulcro de Jesús estaba vacío, "volvieron a sus casas". Si el evangelista no explica más, es porque a él mismo y al lector debía parecerles obvio el hecho de que todos los discípulos de Jesús se encontraran reunidos el primer día de la semana.

La segunda aparición ocurrió ocho días después, es decir, el mismo primer día de la semana: "Ocho días des-pués, estaban otra vez los discípulos dentro y..., estando las puertas cerradas, se presentó Jesús en medio y dijo: 'Paz a vosotros'". Todo lo relativo a la incredulidad de Tomás: "Si no veo, no creo", y a la advertencia de Jesús: "Porque me has visto has creído, Tomás", habría quedado igual, si esta segunda aparición hubiera ocurrido cualquier otro día de la semana. Pero ocurrió precisamente ocho días después, porque, siendo el primer día de la semana, ése tenía que ser el día en que se encontraran todos los discípulos reunidos: "Estaban otra vez los discípulos dentro".

Estas observaciones ya nos hacen concluir que en el momento en que este Evangelio se fijó por escrito era costumbre de la comunidad cristiana reunirse el primer día de la semana, es decir, el mismo día de la resurrección de Jesús. Por este motivo, desde muy temprano, a este día se le dio el nombre en griego de "kyriaké hemera" (cf. Apoc 1,10). Traducido al latín suena "dominica dies" y traducido al castellano, "día domínico"; de aquí viene nuestra palabra "domingo". En todas estas lenguas significa: "Día del Señor".

¿Para qué se reunían? Si nos fijamos, en ambas apariciones percibimos otra insistencia del evangelista: "Estando las puertas cerradas, se presentó Jesús en medio". Jesús resucitado en medio de la comunidad de sus discípulos reunidos. Esta es la descripción de lo que ocurre hoy cada vez que la Iglesia celebra la Eucaristía dominical. Esto es lo que hacía la comunidad cristiana original, según se deduce de este Evangelio que estamos comentando; esto es lo que ha hecho la comunidad cristiana en toda la historia; esto es lo que debe seguir haciendo cada domingo.

El Evangelio insiste también en que "estaban las puertas cerradas". Y, no obstante, Jesús entra y se pone en medio. No es un fantasma. Por eso él muestra las heridas de los clavos en sus manos y de la lanza en su costado: "Les mostró las manos y el costado". Y más aun, en la segunda aparición pide a Tomás que toque sus manos y su costado. El Evangelio no nos dice si Tomás lo hizo realmente; pero si lo hubiera hecho, habría tocado carne y huesos humanos. Era Cristo resucitado según la carne. Pero con un cuerpo glorioso, es decir, no sujeto ya a muerte ni corrupción ni enfermedad ni ninguna de las molestias corporales que se sufren en esta vida, y tampoco a la resistencia de las puertas cerradas. En esta misma forma está él actualmente en el cielo sentado a la derecha de Dios, y en esta misma forma se hace presente en medio de sus fieles en la Eucaristía y se nos da como alimento de vida eterna. Allí se hace efectiva su promesa: "El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré en el último día" (Jn 6,54).

Una última insistencia del evangelista es la frase de Jesús resucitado y presente en medio de sus discípulos: "Paz a vosotros". Se repite tres veces. Esto es lo que Jesús tiene de más precioso que ofrecer a los suyos. Lo había prometido durante la última cena: "La paz os dejo, mi paz os doy" (Jn 14,27). Los discípulos, que habían negado a Jesús y lo habían abandonado ante su pasión, y que estaban llenos de temor a los judíos, necesitaban escuchar de labios de Jesús una palabra que pusiera su corazón en paz. Por eso, en la celebración de la Eucaristía hoy, cuando ya Cristo va a hacerse presente resucitado y vivo en medio de sus fieles, el sacerdote comienza con ese mismo saludo: "La paz esté con vosotros". El don de la paz y el perdón ofrecido por Jesús a sus discípulos es el signo más claro de su misericordia. Por eso la Iglesia ha declarado este II Domingo de Pascua, día de la Divina Misericordia.

Hemos tratado de destacar cómo desde la primerísima comunidad cristiana ha sido siempre un deber de los discípulos de Cristo reunirse el domingo para celebrar su presencia viva en medio de los suyos. En la carta apostólica "Tertio millennio ineunte", publicada el 6 de enero de este año, el Papa Juan Pablo II presenta la recuperación de este deber como uno de los puntos programáticos centrales para el milenio que comienza: "Quisiera insistir... para que la participación de la Eucaristía sea, para cada bautizado, el centro del domingo. Es un deber irrenunciable, que se ha de vivir no sólo para cumplir un precepto, sino como necesidad de una vida cristiana verdaderamente consciente y coherente... El deber de la participación eucarística cada domingo es uno de los aspectos específicos de la identidad cristiana" (N. 36).

+ Felipe Bacarreza Rodríguez
Obispo Auxiliar de Los Angeles (Chile)
(fuente: www.aciprensa.com)

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