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sábado, 26 de abril de 2014

"Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación"

Sábado de la Octava de Pascua


Libro de los Hechos de los Apóstoles 4, 13-21.

Los miembros del Sanedrín estaban asombrados de la seguridad con que Pedro y Juan hablaban, a pesar de ser personas poco instruidas y sin cultura. Reconocieron que eran los que habían acompañado a Jesús, pero no podían replicarles nada, porque el hombre que había sido curado estaba de pie, al lado de ellos. Entonces les ordenaron salir del Sanedrín y comenzaron a deliberar, diciendo: "¿Qué haremos con estos hombres? Porque no podemos negar que han realizado un signo bien patente, que es notorio para todos los habitantes de Jerusalén. A fin de evitar que la cosa se divulgue más entre el pueblo, debemos amenazarlos, para que de ahora en adelante no hablen de ese Nombre". Los llamaron y les prohibieron terminantemente que dijeran una sola palabra o enseñaran en el nombre de Jesús. Pedro y Juan les respondieron: "Juzguen si está bien a los ojos del Señor que les obedezcamos a ustedes antes que a Dios. Nosotros no podemos callar lo que hemos visto y oído". Después de amenazarlos nuevamente, los dejaron en libertad, ya que no sabían cómo castigarlos, por temor al pueblo que alababa a Dios al ver lo que había sucedido.


Salmo 118(117), 1.14-15ab.15c.16.18.19-21.

¡Den gracias al Señor, porque es bueno,
porque es eterno su amor!
El Señor es mi fuerza y mi protección;
él fue mi salvación.
Un grito de alegría y de victoria
resuena en las carpas de los justos.

«La mano del Señor hace proezas,
la mano del Señor es sublime,
la mano del Señor hace proezas.»
El Señor me castigó duramente,
pero no me entregó a la muerte.

«Abran las puertas de la justicia
y entraré para dar gracias al Señor.»
«Esta es la puerta del Señor:
sólo los justos entran por ella.»
Yo te doy gracias porque me escuchaste
y fuiste mi salvación.


del Evangelio según San Marcos 16, 9-15.

Jesús, que había resucitado a la mañana del primer día de la semana, se apareció primero a María Magdalena, aquella de quien había echado siete demonios. Ella fue a contarlo a los que siempre lo habían acompañado, que estaban afligidos y lloraban. Cuando la oyeron decir que Jesús estaba vivo y que lo había visto, no le creyeron. Después, se mostró con otro aspecto a dos de ellos, que iban caminando hacia un poblado. Y ellos fueron a anunciarlo a los demás, pero tampoco les creyeron. En seguida, se apareció a los Once, mientras estaban comiendo, y les reprochó su incredulidad y su obstinación porque no habían creído a quienes lo habían visto resucitado. Entonces les dijo: "Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación."


REFLEXIÓN

1º. Jesús, las dudas de los apóstoles son ahora una prueba más de fe para nosotros: la resurrección no es una alucinación de unas personas predispuestas y seguras de que se fuera a producir; tampoco es un plan frío tramado para hacer coincidir las escrituras y tus palabras con los hechos.

No.

Los apóstoles están hundidos, «tristes y llorosos; y su incredulidad y dureza de corazón», les imposibilita creer ante los distintos testimonios que afirman que estás vivo.

Sin embargo, una vez convencidos, los apóstoles -que estaban escondidos por miedo a los judíos- salen al mundo entero a predicar que has resucitado y que, por tanto, eres realmente el Hijo de Dios.

De la desbandada de la cruz y el temor del cenáculo, pasan a sufrir con valentía todo tipo de persecuciones, azotes, calumnias, y acaban dando su vida por Ti y por el Evangelio.

¿Qué otra prueba necesito para creer que realmente has resucitado?

Jesús, también a mí me dices: «Id al mundo entero y predicad el Evangelio a toda criatura».

“Toda la Iglesia es apostólica en cuanto que ella es «enviada» al mundo entero; todos los miembros de la Iglesia, aunque de diferentes maneras, tienen parte en este envío. «La vocación cristiana, por su misma naturaleza, es también vocación al apostolado». Se llama «apostolado» a «toda la actividad del Cuerpo Místico» que tiende a «propagar el Reino de Cristo por toda la tierra» (C. I. C.-863).

Los apóstoles fueron fieles a su misión apostólica; y yo, ¿qué he hecho para dar a conocer el Evangelio a los que me rodean?

2º. «Si admitieras la tentación de preguntarte, ¿quién me manda a mi meterme en esto?, habría de contestarte: te lo manda -te lo pide- el mismo Cristo (...). No concluyas cómodamente: yo para esto no sirvo, para esto ya hay otros; esas tareas me resultan extrañas. No, para esto, no hay otros; si tú pudieras decir eso, todos podrían decir lo mismo. El ruego de Cristo se dirige a todos y a cada uno de los cristianos. Nadie está dispensado: ni por razones de edad, ni de salud, ni de ocupación. No existen excusas de ningún género. O producimos frutos de apostolado, o nuestra fe será estéril.

Además: ¿quién ha dispuesto que para hablar de Cristo, para difundir su doctrina, sea preciso hacer cosas raras, extrañas? Vive tu vida ordinaria; trabaja donde estás, procurando cumplir los deberes de tu estado, acabar bien la labor de tu profesión o de tu oficio, creciéndote, mejorando cada jornada. Sé leal, comprensivo con los demás y exigente contigo mismo. Sé mortificado y alegre. Ese será tu apostolado. Y sin que tú encuentres motivos, por tu pobre miseria, los que te rodean vendrán a ti, y con una conversación natural, sencilla -a la salida del trabajo, en una reunión de familia, en el autobús, en un paseo, en cualquier parte- charlaréis de inquietudes que están en el alma de todos, aunque a veces algunos no quieran darse cuenta: las irán entendiendo más, cuando comiencen a buscar de verdad a Dios». (Amigos de Dios.-272-273)

Jesús, que me decida a vivir como lo esperas de mí: como te comportarías Tú en mis circunstancias concretas de cada día.

Madre, tú que eres la Reina de los apóstoles, ayúdame a ser un buen hijo tuyo, es decir, un hijo parecido a tu Hijo Jesús; un hijo que no se excusa de dar ejemplo cristiano, porque sabe que «no existen excusas de ningún género.

O producimos frutos de apostolado, o nuestra fe será estéril».

escrito por Pablo Cardona
Tomada de “Una cita con Dios” de Pablo Cardona.
Ediciones Universidad de Navarra. S. A. Pamplona. 
(fuente: almudi.org)

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