(14/01/2015)
Primer Libro de Samuel 4, 1-11.
Y la palabra de Samuel llegó a todo Israel. En aquellos días, los filisteos se reunieron para combatir contra Israel. Israel les salió al encuentro para el combate, y acamparon en Eben Ezer, mientras los filisteos acampaban en Afec. Los filisteos se alinearon en orden de batalla frente a Israel, y se entabló un duro combate. Israel cayó derrotado delante de los filisteos, y unos cuatro mil hombres fueron muertos en el frente de batalla, en campo abierto. Cuando el pueblo regresó al campamento, los ancianos de Israel dijeron: "¿Por qué el Señor nos ha derrotado hoy delante de los filisteos? Vayamos a buscar a Silo el Arca de la Alianza del Señor: que ella esté presente en medio de nosotros y nos salve de la mano de nuestros enemigos". El pueblo envió unos hombres a Silo, y trajeron de allí el Arca de la Alianza del Señor de los ejércitos, que tiene su trono sobre los querubines. Jofní y Pinjás, los dos hijos de Elí, acompañaban el Arca. Cuando el Arca de la Alianza del Señor llegó al campamento, todos los israelitas lanzaron una gran ovación y tembló la tierra. Los filisteos oyeron el estruendo de la ovación y dijeron: "¿Qué significa esa estruendosa ovación en el campamento de los hebreos?". Al saber que el Arca del Señor había llegado al campamento, los filisteos sintieron temor, porque decían: "Un dios ha llegado al campamento". Y exclamaron: "¡Ay de nosotros, porque nada de esto había sucedido antes! ¡Ay de nosotros! ¿Quién nos librará de este dios poderoso? Este es el dios que castigó a los egipcios con toda clase de plagas en el desierto. ¡Tengan valor y sean hombres, filisteos, para no ser esclavizados por los hebreos, como ellos lo fueron por ustedes! ¡Sean hombres y luchen!" Los filisteos libraron batalla. Israel fue derrotado y cada uno huyó a sus campamentos. La derrota fue muy grande, y cayeron entre los israelitas treinta mil hombres de a pie. El Arca del Señor fue capturada, y murieron Jofní y Pinjás, los dos hijos de Elí.
Salmo 44(43), 10-11.14-15.25-26.
Pero ahora nos rechazaste y humillaste:
dejaste de salir con nuestro ejército,
nos hiciste retroceder ante el enemigo
y nuestros adversarios nos saquearon.
Nos expusiste a la burla de nuestros vecinos,
a la risa y al escarnio de los que nos rodean;
hiciste proverbial nuestra desgracia
y los pueblos nos hacen gestos de sarcasmo.
¿Por qué ocultas tu rostro
y te olvidas de nuestra desgracia y opresión?
Estamos hundidos en el polvo,
nuestro cuerpo está pegado a la tierra.
del Evangelio según San Marcos 1, 40-45.
Se acercó a Jesús un leproso para pedirle ayuda y, cayendo de rodillas, le dijo: "Si quieres, puedes purificarme". Jesús, conmovido, extendió la mano y lo tocó, diciendo: "Lo quiero, queda purificado". En seguida la lepra desapareció y quedó purificado. Jesús lo despidió, advirtiéndole severamente: "No le digas nada a nadie, pero ve a presentarte al sacerdote y entrega por tu purificación la ofrenda que ordenó Moisés, para que les sirva de testimonio". Sin embargo, apenas se fue, empezó a proclamarlo a todo el mundo, divulgando lo sucedido, de tal manera que Jesús ya no podía entrar públicamente en ninguna ciudad, sino que debía quedarse afuera, en lugares desiertos. Y acudían a él de todas partes.
REFLEXIÓN: Un amor que sale al encuentro del otro
El evangelio de hoy nos vuelve a mostrar esta realidad del amor de Dios. Como dice el documento de la Iglesia "Gaudium Et Spes", nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón. Jesús al encontrarse con el leproso siente compasión y se conmueve.
La conmoción es diferente a la lástima. Lástima es mirar por arriba del hombro, y quien la siente se cree más que el otro, lo hace desde la superioridad. La conmoción sale de las entrañas, es un movimiento íntimo. Conmoverme, es moverme con el otro. Jesús no le tuvo lástima al lepreso, sino que se "conmovió", poniéndose a su altura. En la historia de la redención, Dios se agacha y se pone a nuestra altura. Se mueve al ritmo de nuestros sentimientos.
Dios es Amor, y el amor no margina. En tiempos de Jesús quien padecía lepra se entendía que contenía una situación de pecado que por diferentes motivos acarreaba. Eso suponía que el enfermo tuviera que habitar lugares fuera de la ciudad. Existía una marginación social y religiosa, porque el leproso no podía manifestar su relación con Dios. Quien se contactaba con un leproso contenía una impureza social y religiosa. Jesús, conociendo la ley, la trascendió.
escrito por el Padre Daniel Cavallo
(fuente: radiomaria.org.ar)
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