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miércoles, 27 de enero de 2016

Jesús siembra

Miércoles de la tercera semana del tiempo ordinario
(27/01/2016)

Segundo Libro de Samuel 7, 4-17. 

Pero aquella misma noche, la palabra del Señor llegó a Natán en estos términos: «Ve a decirle a mi servidor David: Así habla el Señor: ¿Eres tú el que me va a edificar una casa para que yo la habite? Desde el día en que hice subir de Egipto a los israelitas hasta el día de hoy, nunca habité en una casa, sino que iba de un lado a otro, en una carpa que me servía de morada. Y mientras caminaba entre los israelitas, ¿acaso le dije a uno solo de los jefes de Israel, a los que mandé apacentar a mi Pueblo: '¿Por qué no me han edificado una casa de cedro?'. Y ahora, esto es lo que le dirás a mi servidor David: Así habla el Señor de los ejércitos: Yo te saqué del campo de pastoreo, de detrás del rebaño, para que fueras el jefe de mi pueblo Israel. Estuve contigo dondequiera que fuiste y exterminé a todos tus enemigos delante de ti. Yo haré que tu nombre sea tan grande como el de los grandes de la tierra. Fijaré un lugar para mi pueblo Israel y lo plantaré para que tenga allí su morada. Ya no será perturbado, ni los malhechores seguirán oprimiéndolo como lo hacían antes, desde el día en que establecí Jueces sobre mi pueblo Israel. Yo te he dado paz, librándote de todos tus enemigos. Y el Señor te ha anunciado que él mismo te hará una casa. Cuando hayas llegado al término de tus días y vayas a descansar con tus padres, yo elevaré después de ti a uno de tus descendientes, a uno que saldrá de tus entrañas, y afianzaré su realeza. El edificará una casa para mi Nombre, y yo afianzaré para siempre su trono real. Seré un padre para él, y él será para mí un hijo. Si comete una falta, lo corregiré con varas y golpes, como lo hacen los hombres. Pero mi fidelidad no se retirará de él, como se la retiré a Saúl, al que aparté de tu presencia. Tu casa y tu reino durarán eternamente delante de mí, y su trono será estable para siempre.» Natán comunicó a David toda esta visión y todas estas palabras.


Salmo 89(88), 4-5.27-28.29-30.

Yo sellé una alianza con mi elegido,
hice este juramento a David, mi servidor:
«Estableceré tu descendencia para siempre,
mantendré tu trono por todas las generaciones.»

El me dirá: «Tú eres mi padre,
mi Dios, mi Roca salvadora.»
Yo lo constituiré mi primogénito,
el más alto de los reyes de la tierra.

Le aseguraré mi amor eternamente,
y mi alianza será estable para él.
le daré una descendencia eterna
y un trono duradero como el cielo.


del Evangelio según San Marcos 4, 1-20.

Jesús comenzó a enseñar de nuevo a orillas del mar. Una gran multitud se reunió junto a él, de manera que debió subir a una barca dentro del mar, y sentarse en ella. Mientras tanto, la multitud estaba en la orilla. El les enseñaba muchas cosas por medio de parábolas, y esto era lo que les enseñaba: "¡Escuchen! El sembrador salió a sembrar. Mientras sembraba, parte de la semilla cayó al borde del camino, y vinieron los pájaros y se la comieron. Otra parte cayó en terreno rocoso, donde no tenía mucha tierra, y brotó en seguida porque la tierra era poco profunda; pero cuando salió el sol, se quemó y, por falta de raíz, se secó. Otra cayó entre las espinas; estas crecieron, la sofocaron, y no dio fruto. Otros granos cayeron en buena tierra y dieron fruto: fueron creciendo y desarrollándose, y rindieron ya el treinta, ya el sesenta, ya el ciento por uno". Y decía: "¡El que tenga oídos para oír, que oiga!". Cuando se quedó solo, los que estaban alrededor de él junto con los Doce, le preguntaban por el sentido de las parábolas. Y Jesús les decía: "A ustedes se les ha confiado el misterio del Reino de Dios; en cambio, para los de afuera, todo es parábola, a fin de que miren y no vean, oigan y no entiendan, no sea que se conviertan y alcancen el perdón". Jesús les dijo: "¿No entienden esta parábola? ¿Cómo comprenderán entonces todas las demás? El sembrador siembra la Palabra. Los que están al borde del camino, son aquellos en quienes se siembra la Palabra; pero, apenas la escuchan, viene Satanás y se lleva la semilla sembrada en ellos. Igualmente, los que reciben la semilla en terreno rocoso son los que, al escuchar la Palabra, la acogen en seguida con alegría; pero no tienen raíces, sino que son inconstantes y, en cuanto sobreviene la tribulación o la persecución a causa de la Palabra, inmediatamente sucumben. Hay otros que reciben la semilla entre espinas: son los que han escuchado la Palabra, pero las preocupaciones del mundo, la seducción de las riquezas y los demás deseos penetran en ellos y ahogan la Palabra, y esta resulta infructuosa. Y los que reciben la semilla en tierra buena, son los que escuchan la Palabra, la aceptan y dan fruto al treinta, al sesenta y al ciento por uno".








REFLEXIÓN

Con este capítulo 4 del Evangelio de Marcos que hoy iniciamos, vamos a degustar una serie de parábolas, de estas comparaciones con las que Jesús anunciaba a todos el Reino.

Antes de ingresar explícitamente en la comparación, en la parábola, vamos a detenernos en el contexto: en el paisaje desde donde Jesús habla, y así tenemos el inicio del texto de hoy, cuando Jesús comenzó a enseñar: el lugar elegido por Él es a orillas del mar.

Es ahí donde los invito a imaginarlo:¿qué tendrá el mar para decirnos? Porque si Jesús va a pronunciar con sus labios una comparación, podríamos nosotros preguntarnos si con los gestos también no está haciendo Él una comparación. Si el lugar elegido para proclamar el Reino a través de comparaciones, este escenario, no es también ya una comparación de ese Reino que viene a anunciar, ese misterio de Dios que Él viene a revelar.

Porque ¿cómo hablar de la totalidad a la parcialidad de nuestro entendimiento? ¿cómo hablar de la infinitud, de lo infinito, de lo inmenso de Dios a nosotros nacidos en un tiempo y en un espacio? ¿Cómo hablarnos a nosotros, limitados por esta jornada de tiempo y espacio, de Aquello que es sin límite, que existe desde siempre y para siempre? ¿Cómo, en el trozo, poner el todo; en el pedazo, la totalidad?

Este es el desafío de Jesús.

Entonces uno dice: qué buena la idea que tuvo de hablar de estas cosas a orillas del mar. El Evangelio nos dice que era tanta la multitud que debió subir a una barca dentro del mar, ¡qué linda imagen! , porque ese mar es imagen de la grandiosidad de Dios.

Ahí está el mar inmenso, reflejo y comparación de la inmensidad de Dios, y está Jesús que va penetrando ese mar, como diciendo: “Vamos, hay que ir más adentro, hay que meterse en el misterio de Dios, hay que meterse en el misterio de la vida, hay que ir caminando sobre él”; y como está hablando a pescadores y sabe que ese mar tan profundo, tan inmenso, tan ancho, tan amplio, tan..tan…, desde ahí surge la vida y puedo sacar alimentos, para mí y para mi familia, para mis amigos, para mi barrio, para todos, y cada vez que voy, puedo seguir alimentando.

Es un mar que despierta respeto, con sus tormentas, con lo inmanejable. Está a mi disposición en cuanto me alimenta, en cuanto que me acerca a otras orillas; pero es un mar para respetar. Si bien lo conozco por el tiempo en que vivo a orillas de ese mar y puedo conocer hasta los ritmos de algunos cardúmenes, sin embargo sigue siendo siempre un misterio. Y cada mañana, en sus orillas, encuentro cosas que el mar va entregando. Y hay veces que, por más avezado pescador que sea, puedo atravesar más de una noche donde el amanecer nos sorprenda con las manos vacías, porque no es un mar que se doblega, es un mar que es una presencia viva.

Ese es el escenario que Jesús eligió para hacer comparaciones acerca del Reino. El mismo mar es una primera comparación. El intento humano de abarcar la totalidad, que se lo va haciendo en proceso, cada día un poco más: conocerlo, amarlo, respetarlo, vivir del misterio, vivir dentro del misterio, e iniciar a otros en el misterio, en el misterio del Reino, en el misterio de Dios, en el misterio de la vida… Ese misterio que nos da vida, pero también nos puede dar muerte cuando uno es irrespetuoso y trabaja mal con él.

Entonces, la primera comparación de Jesús es: DIOS ES COMO EL MAR. Hay que ir conociéndolo y siempre te sorprende su novedad. Siempre te puedes alimentar de Él, pero siempre será un desconocido. Siempre te podrás acercar y nunca lo podrás abarcar, pero la invitación es: en una barca, a introducirnos en el mar, a remar mar adentro, a contemplarlo desde la orilla, pero ser navegantes de este mar que es DIOS.

La primera parábola de Jesús nos muestra que Dios es como el mar. Y nosotros, los que queremos creer, los que queremos ser discípulos de Él, tenemos que ser personas que aprendamos las artes del navegante, las artes del pescador, porque tenemos que vivir en este misterio, vivir de este misterio, ser iniciadores de otros para vivir cerca del misterio.

Entonces la invitación de Jesús, mientras Él va mar adentro sentado en la barca -como la cátedra, como el espacio del Maestro- nos habla de la experiencia misma de penetrar el misterio de Dios, que es figura extremada desde la cual nos invita a escuchar la Palabra. Y estamos nosotros ahí, como uno de tantos entre esta gran multitud que se reúne junto a Él, para escuchar su mensaje.

Esta es la invitación: a atisbar, a acercarnos, a avizorar, a contemplar este misterio de Dios. Estar en la orilla es como estar mirando la totalidad de Dios, es querer penetrar en Él. Estamos a la orilla del misterio, estamos invitados cada vez más a meternos dentro de este misterio. Y lo que permite introducirnos en este misterio es la barca. Esta sería la parábola, esta sería la mediación: aquella herramienta, aquella estrategia que nos posibilita a hacer la experiencia de navegar en el misterio, de vivir de ese misterio.

Aquí podemos nosotros incorporar nuestra propia experiencia: ¿Cuáles son las barcas, desde las cuales la vida nos fue enseñando? ¿Las catequesis, las tradiciones familiares, la experiencia de los grupos en los cuales participamos? ¿Cuáles son esas barcas que nos han permitido hacer experiencia de la profundidad del amor de Dios, de la longitud del amor de Dios, de la inmensidad del amor de Dios?. Cada uno de nosotros –seguramente- puede dar testimonio de estas barcas, desde las cuales Jesús se sentó, y desde las cuales nos enseñó a penetrar en el misterio de Dios para vivir en Él.

Entonces, mientras seguimos la reflexión, esta es la primera invitación: pensar en las barcas, en las estrategias, en las metodologías que hemos ido aprendiendo a lo largo de nuestra vida, para penetrar este misterio de Dios, que es como humano.

Dice el texto que Jesús enseñaba muchas cosas por medio de parábolas, porque este misterio que es el mar -que es Dios, que es la vida- no se agota. Muchas comparaciones nos van mostrando algunas rasgos, pero apenas llegan a tocar un punto del multiforme misterio de Dios.

Hoy el texto trae una comparación. Quizás a lo largo de tu vida, así como hubo barcas que fueron como estrategias y metodologías para penetrar en el misterio de Dios, también te sucedieron cosas a partir de las cuales lograste exclamar expresiones como: “Hoy esta .experiencia que tuve me enseñó algo del misterio de Dios” “Me enriqueció porque he descubierto una de sus facetas”. Es decir, que todo lo que hagas hoy puede ser parábola para hablarte del inmenso Dios en el cual creemos, y del inmenso amor con el que Dios te ama.

Entonces, si estás ya de vacaciones o ya iniciando el trabajo, estás invitado a ver tu vida como una parábola: como algo que te habla de Dios, como una comparación de este inmenso amor que Dios nos tiene. El hecho de levantarte, el hecho de prepararte el desayuno, el hecho de hacer las compras, el hecho de salir a trabajar en el colectivo, o si vas en bicicleta o en tu auto, todo puede ser leído en esta categoría de parábola.

¿Cuáles son las parábolas que han ido fortaleciendo tu vida y de las cuales tienes conciencia? La invitación de ahora es no perder la oportunidad, de hacer experiencia de Dios, leyendo en clave de parábola todo lo que hoy vivas. Fijate que no hay que hacer un curso, ni irte lejos, ni estar siempre en retiros para hacer experiencia de Dios. Podemos hacer experiencia de Dios en ese espacio de vida que hoy vivas, y que lo veas en clave de parábolas.

Para el grupo de apóstoles -que eran pescadores- Jesús les habla de Dios, desde aquel lugar que era propio de su trabajo: el mar, y dejó de ser el lugar de trabajo para ser espacio desde el cual hacer experiencia de Dios. Bueno, mirá así tu oficina, mirá así tu laburo, mirá así el remis o taxi que manejás… ¿qué tiene que decir ese -tu lugar- acerca del misterio de Dios y de su amor? A poner la creatividad, a poner las neuronas a trabajar y a pedir el don del Espíritu para poner tu vida en clave de parábola: Dios te está hablando desde el lugar donde estás y desde lo que estás haciendo.

Ahí estamos, con esta propuesta de Jesús, de hacer de nuestra vida -y de todas las actividades- parábolas que nos hablen del Reino, que nos hablen de Dios. Entonces, su primera indicación, antes de hacer la comparación, es esta indicación:“Escuchen ”.

Y lo reafirma, al terminar la parábola del sembrador, con esta exclamación: “el que tenga oídos para oír, que oiga” Así que ésta es la actitud de la multitud que estaba a orillas del mar: si tenemos oídos para oír, escuchemos, oigamos; si tenemos ojos para ver, veamos; si tenemos manos para sentir, sintamos; si tenemos olfato para oler, olamos y así, que aprendamos a gustar. Es como que el misterio de Dios se achica para entrar en las categorías que puedan ser entendidas por nosotros, la categoría de los sentidos, que son los datos a través de los cuales los seres humanos vamos aprendiendo la realidad y la vamos comprendiendo.

Miren ya el lugar desde el cual Dios se acerca a nosotros, lo que nos habla -a la misma vez- de la inmensidad de Dios que es como el mar, y de la sencillez de Dios, que -para acercarse a nosotros- se hace palabra para ser escuchada, paisaje para ser visto, perfume para ser olido, tacto para ser sentido, sabor para ser gustado.

Un Dios que se achica a las categorías humanos para ser percibido. Por eso, brota en nuestro corazón un canto de alabanza y de adoración por su inmensidad y por su pequeñez, por ser tan grande y por decidir renunciar a su grandeza para ser percibido por nosotros, creaturas de su amor.

Dios es tan grande como el mar y tan pequeño como una gota de agua, que cabe en la palma de nuestra mano: Dios grande que se hace pequeño, Dios eterno que se hace hombre, Dios creador que se hace criatura, Dios Padre -cuya voz y cuya presencia conocemos a través del Hijo encarnado, Jesucristo- ahora sentado en una barca hablándonos del mar, luego crucificado para salvarnos, y después resucitado y sentado a la derecha del Padre. Ahí está: él es el Mediador.

Pidamos en este momento el ser todo oídos, que el hecho de escuchar no se reduzca a un movimiento mecánico de nuestro cerebro, de nuestra fisiología, de la oreja… Nuestro ser es la escucha, somos seres que escuchamos. Casi, casi se parecería a la imagen de una gran oreja; otra, a un caracol, que tiene esa puerta donde el afuera va penetrando, ese afuera inmenso que es Dios y –rumiado, trabajado y guardado en mi interior del corazón- se puede hacer el movimiento contrario de una palabra pronunciada, pero no ya desde mí o de mis sentimientos, sino desde esta Palabra escuchada.

Entonces, la primera indicación de Jesús es esto: que todo nuestro ser se convierta en oídos, en escucha, en entender y en definir nuestra humanidad como ser que escucha. Podríamos decir, entonces, un ser que aprende. Un ser que es discípulo, un ser que es capaz de incorporar datos de la realidad para enriquecerse y crecer. No sólo tenemos que incorporar comida, también tenemos que incorporar palabras, tenemos que incorporar gestos, porque somos seres que escuchan, seres que aprenden, somos seres que crecen. Todas estas realidades se convierten como en el insumo que producen y que acompañan a nuestro desarrollo y nos potencian. Estamos armados así, no nos autoabastecemos: necesitamos incorporar la realidad.

Hay que ver también otros aspectos: cuáles son las realidades que no queremos escuchar y -por lo tanto- realidades en las cuales no vamos a crecer, porque no incorporamos. Son esas realidades que nos dan miedo, que nos despiertan culpas, que nos recuerdan experiencias dolorosas. Todo puede ser leído en clave de parábola: también tu miedo, tu culpa, tu dolor… También escuchalos que -desde allí- el misterio de Dios te está hablando. Algo de Dios podés aprender escuchando también esas realidades. Todo habla de Dios. En todo podemos escuchar la voz de Dios. Desde la experiencia, incluso, de la muerte y del pecado. El que tenga oídos para oír, que oiga.

Dice el texto bíblico (volvemos a la Palabra en sí): “Cuando Jesús se quedó solo…”, entonces podemos imaginarnos que esta multitud -que estaba a orillas del mar- comió, se sació, se llenó, se siente plena… Las palabras escuchadas de Jesús alimentan también nuestra hambre, nos sacian y nos descubren esta otra realidad: nosotros no solamente tenemos hambre de pan, también tenemos hambre de palabras, hambre de Dios, hambre de que nos digan algo acerca del misterio de Dios.

Y se fue la muchedumbre, contenta, plena… porque su vida se ha llenado con las enseñanzas de Jesús y ha nutrido este aspecto, que es el aspecto creyente del ser humano. Todo este grupo de personas -también en el que nosotros nos podemos integrar- cuando Jesús se queda solo, hay gente que se queda con Él.

Entre esa gente, estaba el grupo de los Doce, pero hay otros grupos que no pertenecen precisamente al de los Doce: son aquellos que siguen insaciables, escuchando el misterio del Reino con la presencia de Jesús. Y la escucha se convierte en pregunta de esto escuchado, de esto puesto a mi disposición para ser aprendido, y ahora se convierte en posibilidad de diálogo, de explicitar contenidos, de apropiarnos de otros aspectos… no para hacernos especialistas y eruditos, no para hacer preguntas rebuscadas que nos digan cuánto sabés, sino que es la necesidad de querer apropiarse de esa Palabra a fin de poder alimentarnos, y alimentar a otros.

Junto con los doce, los que estaban alrededor de Él le preguntan, no solamente por la parábola sino por el sentido de la parábola; y Jesús -aquella Palabra eterna que se hace tiempo para ser pronunciada a nuestra manera- se hace ahora Palabra explicada, se queda allí, sin apuro, sin cansancio, como que el que está en Dios no se cansa de hablar de Dios, no se cansa de la multitud. Como decía –creo- Santa Teresa: “El que está en Dios, ni cansa ni se cansa”. Jesús estuvo -de muchas maneras- hablando de parábolas y, cuando la multitud saciada se va y este grupo se queda y le sigue preguntando, Él sigue respondiendo acerca del misterio de Dios. Jesús ni se cansa, ni cansa. Siempre hay gente deseosa de escuchar y Él siempre está deseoso de explicar.

Aquí estamos, al lado de Jesús y del misterio que Él nos viene a revelar, un Jesús que está trabajando, que está haciendo aquello para lo cual vino, y que es acercarnos el misterio del Reino. Es el mediador: traer el Reino entre nosotros y llevarnos a nosotros hacia el Reino. Lo que utilizó, lo que eligió, es esto de las parábolas, como el mejor camino para acercarnos, es decir, hacer el Reino lo más parecido a nosotros, a nuestra experiencia cotidiana, para que nosotros -a partir de esa experiencia cotidiana- vayamos pensando esto impenetrable, comprendiendo esto incomprensible, asumiendo esto tan inmenso que es Dios.

Y le pedimos la gracia de ser de ese grupo de personas, que junto con los Doce, se queda a la orilla de la Palabra, pidiendo Palabra, escuchando cómo la Palabra explicita su contenido, viendo cómo la Palabra se explica a sí misma, como Jesús habla del misterio de Dios.

¿Qué significa esta Palabra? Podemos imaginarnos a nosotros así: con el texto de la Palabra de Dios, leyéndolo, releyéndolo y volviéndolo a leer, hasta que esa luz se haga dentro nuestro, hasta que la misma Palabra nos empiece a decir cosas que no están dichas, que no están escritas. ¿De dónde viene eso que me brota decir desde lo escrito, desde lo leído, desde lo escuchado, que no está ahí?. Esa es la misión de la Palabra: explicitar.

Jesús dice algo que parece ser como una especie de reto: “¿Cómo que no entienden? A ustedes se les ha confiado el misterio del Reino; pero para los de afuera todo es parábola, a fin de que miren y no vean, oigan y no entiendan, no sea que se conviertan y alcancen el perdón”.

Y posiblemente se despierte en nosotros ese miedo de sentirnos perseguidos y decirnos: “Ay, soy yo, es por eso que no entiendo la Palabra, por eso es que miro y no veo”, y empezamos a castigarnos, que somos “los de afuera”. Y quizás, si lo vemos como texto bíblico, son aquellos mismos que pecan contra el Espíritu Santo, como decíamos hace un par de días, que es ese pecado que no les será perdonado.

¿Cuál es? Fíjense que nunca se nombra, al menos sabemos que existe, que está, y sabemos que es una posibilidad. Por eso, roguemos a Dios que no se verifique, en la existencia personal de ninguno de los seres humanos, esto de la soberbia que cierra el perdón de Dios, el de querer quedarse fuera de la Palabra, para no querer comprenderla o escucharla, y tener que cambiar nuestra vida, o sentir que nuestra vida ya no tiene cambio posible.

Cuando nosotros asumimos esa postura, ahí somos los que afuera. Entonces, no es una determinación desde afuera, alguien que clasifica y dice: “usted es de afuera, usted es de adentro”; sino que es una posibilidad del ser humano de quedarme fuera, como el hijo mayor, porque es una parábola abierta: la de los dos hijos, la del Padre misericordioso, la del hijo menor que vuelve, el hijo mayor que escucha la fiesta y se queda afuera. Queda afuera, pero queda abierta la posibilidad de entrar. Nosotros rogamos para que el estar afuera lo haga reflexionar para después cambiar su decisión.

Entonces, “los que están afuera” son los que deciden, por sí mismos, de vivir desde la soberbia, vivir de no creer en la misericordia de Dios y de quedarse como lejos, fuera, atrás…

Tener la Palabra y no querer escucharla, tener ojos y cerrar los párpados. A veces, se da en nosotros esto, es decir, que estamos distraídos y no vemos nuestro trabajo sino como una carga, algo pesado; no vemos el día sino un día más; no vemos la lluvia sino como un inconveniente; no vemos el calor sino como algo pesado, algo que soportar. Creemos que las cosas son lo que son y perdemos esta perspectiva de vida en clave de parábola, para ver que todo es puerta que nos habla, que nos anima a penetrar el misterio de Dios.. Entonces, miramos pero no vemos.

Hoy podés estar vos trabajando en tu cocina, preparando las cosas para la comida, para comer y ver solamente eso: cocina, rutina, cuchillo, cebolla. O estás en tu oficina, y ves computadora. O estás en tu trabajo -si sos albañil- y ves paredes que levantar. Y cada uno en su trabajo, ve solamente eso y cree que la realidad se agota en eso que hoy está viendo. La invitación de Jesús es a estar cerca de su Palabra, para comprender que todo es puerta de acceso a una realidad más profunda, a una presencia, a una compañía… Dios te posibilita su esfuerzo en cualquier lugar.

¿Dónde estamos nosotros? Le pidamos al Señor la gracia de poder estar en ese grupo que -después de escuchar la Palabra- se queda a rumiar la Palabra y tiene la gracia de Dios, porque pedimos la sencillez de nuestra vida, la humildad de que todo nos hable de Dios, que cada una de las experiencias en el lugar o en la forma de las personas con las que nos encontramos, sea puerta de acceso para penetrar en el misterio de Dios. El que está al lado tuyo, no es alguien que te molesta, alguien que te lastima: es la posibilidad de hablar con Dios.¿Qué te está diciendo Dios, desde la persona con la que compartís tu vida o desde el trabajo que realizas? Que no sea solamente eso, que sea una experiencia, una puerta.

Pidamos, hoy, la gracia de que viendo, veamos; de que escuchando, escuchemos; de que gustando, gustemos. No solamente sobrevivamos al día de hoy: que el día de hoy sea posibilidad de experiencia de Dios, donde estés. Él se hizo parábola para estar cerca nuestro, para que nosotros nos hagamos oído para estar cerca de Él.

escrito por el Padre Marcos Aguirre
(fuente: radiomaria.org.ar)

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