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sábado, 20 de febrero de 2016

Ser el primero en amar

Sábado de la primera semana de Cuaresma
(20/02/2016)

Deuteronomio 26, 16-19. 

Moisés habló al pueblo diciendo: Hoy el Señor, tu Dios, te ordena practicar estos preceptos y estas leyes. Obsérvalas y practícalas con todo tu corazón y con toda tu alma. Hoy tú le has hecho declarar al Señor que él será tu Dios, y que tú, por tu parte, seguirás sus caminos, observarás sus preceptos, sus mandamientos y sus leyes, y escucharás su voz. Y el Señor hoy te ha hecho declarar que tu serás el pueblo de su propiedad exclusiva, como él te lo ha prometido, y que tú observarás todos sus mandamientos; que te hará superior - en estima, en renombre y en gloria - a todas las naciones que hizo; y que serás un pueblo consagrado al Señor, como él te lo ha prometido.


Salmo 119(118), 1-2.4-5.7-8.

Felices los que van por un camino intachable,
los que siguen la ley del Señor,
Felices los que cumplen sus prescripciones
y lo buscan de todo corazón,
Tú promulgaste tus mandamientos
para que se cumplieran íntegramente.

¡Ojalá yo me mantenga firme
en la observancia de tus preceptos!
Te alabaré con un corazón recto,
cuando aprenda tus justas decisiones.

Quiero cumplir fielmente tus preceptos:
no me abandones del todo.


del Evangelio según San Mateo 5, 43-48.

Jesús dijo a sus discípulos: Ustedes han oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo. Pero yo les digo: Amen a sus enemigos, rueguen por sus perseguidores; así serán hijos del Padre que está en el cielo, porque él hace salir el sol sobre malos y buenos y hace caer la lluvia sobre justos e injustos. Si ustedes aman solamente a quienes los aman, ¿qué recompensa merecen? ¿No hacen lo mismo los publicanos? Y si saludan solamente a sus hermanos, ¿qué hacen de extraordinario? ¿No hacen lo mismo los paganos? Por lo tanto, sean perfectos como es perfecto el Padre que está en el cielo.







REFLEXIÓN

En el evangelio de hoy, Jesús invita a amar a todos, incluídos los enemigos. Sólo es posible para quien se sabe profundamente amado por Dios. Esa es la invitación: amar con este amor capaz de transformar a nuestro mapa de personas con los que compartimos la vida.


Ser el primero en amar

El amor de Dios que Jesús, con el don de su Espíritu, ha sembrado en nuestros corazones es un amor completamente gratuito. Ama sin interés, sin esperar nada a cambio. No ama solamente porque es amado, o por otros motivos incluso buenos, como la amistad humana. No se para a mirar sí el otro es amigo o enemigo, sino que es el primero en amar, tomando la iniciativa. Cristo, cuando todavía éramos pecadores, desagradecidos e indiferentes, murió por nosotros (cf. Rm 5, 8). «Él nos amó primero», dice Juan (1 Jn 4, 19), y así tenemos que hacer también nosotros. «No esperes a que el otro te, ame, sino adelántate tú y empieza», recomienda san Juan Crisóstomo.

Amar a todos para que resplandezca el amor que viene de Dios, hemos de amar a todos, sin excluir a nadie. «Para que sean hijos de su Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos…» (Mt 5, 45). Esa es la gran motivación, Dios que vive en nosotros que nos contagia con este estilo universal e inclusivo, amando a todos sin excluir a nadie.

Estamos llamados a ser pequeños soles junto al Sol del Amor que es Dios. Y entonces todos son destinatarios de nuestro amor. ¡Todos! No un «todos » ideal, toda la gente del mundo, que quizá no conoceremos nunca, sino un «todos» concreto. «Para amar a una persona hay que acercarse a ella… —decía la Madre Teresa. No atiendo nunca a las multitudes, sino solamente a las personas». «Así como basta una hostia santa de entre los millones de hostias de la tierra para alimentarse de Dios —afirma Chiara Lubich—, basta también un hermano —el que la voluntad de Dios pone a nuestro lado— para unirse en comunión con la humanidad, que es Jesús místico» Todo prójimo me ofrece la ocasión de amar a Cristo, que «con su encarnación se ha unido, en cierto modo, con todo hombre».


Amar a los enemigos

Un distintivo muy especial del amor cristiano es el amor a los enemigos, incomprensible a menudo para quien no cree.

Cuenta Mons. Van Thuan: Un día, uno de los guardias de la cárcel me preguntó: "Usted, ¿nos ama?". Le respondí: "Sí, los amo". "¿Nosotros lo hemos tenido encerrado tantos años y usted nos ama? No me lo creo…".

Entonces le recordé: "Llevo muchos años con usted. Usted lo ha visto y sabe que es verdad". El guardia me preguntó: "Cuando quede en libertad, ¿enviará a sus fieles a quemar nuestras casas o a asesinar a nuestros familiares?". "No –le respondí- aunque quieran matarme, yo los amo". "¿Por qué?", insistió. "Porque Jesús me ha enseñado a amar a todos. También a los enemigos -aclaré-. Si no lo hago no soy digno de llevar el nombre de cristiano. Jesús dijo: "amen a sus enemigos y recen por quienes los persiguen". "Es muy bello, pero difícil de entender", comentó al final el guardia.

Sucede lo mismo con el perdón: muchos lo invocan pero pocos lo viven…”

El amor misericordioso resucita a los muertos, física y espiritualmente. Jesús siempre perdonó a todos. Perdonó cualquier pecado, por más grave que fuera. Con su perdón dio nueva vida a muchas personas hasta el punto de que se convirtieron en instrumentos de su amor misericordioso. Hizo de Pedro, quien le negó tres veces, su primer vicario en la tierra, y de Pablo, perseguidor de cristianos, apóstol de las gentes, mensajero de su misericordia, pues, como él decía, "allí donde abunda el pecado, sobreabunda la gracia".


Amar dando la propia vida

Nos convertimos en instrumentos de su amor misericordioso cuando así somos alcanzamos. Así Pedro que lo negó 3 veces fue su vicario en la tierra, y Pablo que lo persiguió con crueldad se convirtió en su mayor predicador. Es una invitación a amar primero, a tomar la iniciativa por más que no se nos provoque ese amor. Es un amar dando la propia vida.

Jesús es Dios, y su amor no puede ser sino infinito como Dios. No es un amor que da algo; se da a sí mismo: «Habiendo amado a los suyos…, los amó hasta el extremo». «Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos». Jesús lo ha dado todo, sin reserva: ha dado su vida en la cruz y ha dado su cuerpo y su sangre en la Eucaristía. Ésta es la medida con la que estamos llamados a amar también nosotros: dispuestos a dar la vida por los que trabajan con nosotros; dispuestos a dar la vida unos por otros. Incomprensible y desbordante, así es el estilo de amor con que Dios quiere ponernos en marcha sobre aquel mapa de nuestros vínculos en que hoy somos invitados a amar.

En una gran mayoría de casos, el «dar la vida» que nos pide Jesús no se cumple derramando sangre, sino en la vida diaria, en muchos pequeños detalles, poniéndonos al servicio de los demás, incluso de aquellos que, por algún motivo, pueden parecer «inferiores» a nosotros.

Es sabido que, a diferencia de los sinópticos, en la narración de la hora solemne de la última cena, el evangelista Juan no habla de la institución de la Eucaristía, sino que cuenta que Jesús lava los pies a sus discípulos «para que también ustedes hagan como yo he hecho con ustedes». Servir significa hacerse «eucaristía» para los demás, identificarse con ellos, compartir sus alegrías, sus dolores (cf. Rm 12, 15), aprender a pensar con su cabeza, a sentir con su corazón, a vivir en ellos.

El amor de Dios que va reforestando nuestra humanidad parte de una escucha de Dios. Cuando nuestra fe crece desemboca en el amor, el amor se hace servicio y el servicio trae como consecuencia la paz en el alma. En este proceso que se va dando en nosotros hay como rupturas que se van generando dentro de nosotros mismos y también aparece el dolor. Es la fuerza de un amor que nos lleva más allá, por eso amar duele, dice la Madre Teresa. En este hacer desde el amor con los procesos pascuales que supone el camino, a veces sentimos que lo que hacemos es tan sólo una gota en el mar, pero el mar sería menos sin esta gota. También decíamos que no podemos hacer que nadie se aleje de nuestra presencia sin sentirse un poquito mejor. Es como un acercar la eternidad a lo de todos los días. Eso hacemos cuando regalamos una sonrisa, cuando abrazamos fuerte y alentamos, cuando escuchamos a algun amigo… Esa es la invitación para hoy: amar con este amor desmesurado capaz de transformar la realidad a nuestro mapa de personas con los que compartimos la vida.

Que hoy el amor que derramó el Espíritu Santo en lo más profundo de tu corazón capaz de transformar la vida puedas compartirlo con quienes hoy te cruces en el camino.

escrito por Padre Javier Soteras
(fuente: radiomaria.org.ar)

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