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lunes, 1 de febrero de 2016

"Vete a tu casa con tu familia, y anúnciales todo lo que el Señor hizo contigo al compadecerse de ti"

Lunes de la cuarta semana del tiempo ordinario
(01/02/2016)

Segundo Libro de Samuel 15, 13-14.30.16,5-13a. 

Cuando David recibió esta noticia: "Todos los hombres de Israel están de parte de Absalón", dijo a todos sus servidores que estaban con él en Jerusalén: "¡Rápido huyamos! Si Absalón se nos pone delante, no tendremos escapatoria. ¡Apúrense a partir, no sea que él nos sorprenda, que precipite la desgracia sobre nosotros y pase la ciudad al filo de la espada!". David subía la cuesta de los Olivos; iba llorando, con la cabeza cubierta y los pies descalzos. Todo el pueblo que lo acompañaba también llevaba la cabeza cubierta, y lloraba mientras subía. Cuando el rey llegaba a Bajurím salió de allí un hombre del mismo clan que la casa de Saúl, llamado Simei, hijo de Guerá. Mientras salía, iba lanzando maldiciones, y arrojaba piedras contra David y contra sus servidores, a pesar de que todo el pueblo y todos los guerreros marchaban a la derecha y a la izquierda del rey. Y al maldecirlo, decía: "¡Fuera, fuera, hombre sanguinario y canalla! El Señor hace recaer sobre ti toda la sangre de la casa de Saúl, a quien tú has usurpado el reino. ¡El Señor ha puesto la realeza en manos de tu hijo Absalón, mientras que tú has caído en desgracia, porque eres un sanguinario!". Abisai, hijo de Seruiá, dijo al rey: "¿Cómo ese perro muerto va a maldecir a mi señor, el rey? ¡Deja que me cruce y le cortaré la cabeza!". Pero el rey replicó: "¿Qué tengo que ver yo con ustedes, hijos de Seruiá? Si él maldice, es porque el Señor le ha dicho: "¡Maldice a David!". ¿Quién podrá entonces reprochárselo?". Luego David dijo a Abisai y a todos sus servidores: "Si un hijo mío, nacido de mis entrañas, quiere quitarme la vida, ¡cuánto más este benjaminita! Déjenlo que maldiga, si así se lo ha dicho el Señor. Quizá el Señor mire mi humillación y me devuelva la felicidad, a cambio de esta maldición que hoy recibo de él". David siguió con sus hombres por el camino, mientras Simei iba por la ladera de la montaña, al costado de él; y a medida que avanzaba, profería maldiciones, arrojaba piedras y levantaba polvo.


Salmo 3, 2-3.4-5.6-7.

Señor, ¡qué numerosos son mis adversarios,
cuántos los que se levantan contra mí!
¡Cuántos son los que dicen de mí:
“Dios ya no quiere salvarlo”!

Pero tú eres mi escudo protector y mi gloria,
tú mantienes erguida mi cabeza.
Invoco al Señor en alta voz
y él me responde desde su santa Montaña.

Yo me acuesto y me duermo,
y me despierto tranquilo
porque el Señor me sostiene.
No temo a la multitud innumerable,
apostada contra mí por todas partes.


del Evangelio según San Marcos 5, 1-20.

Llegaron a la otra orilla del mar, a la región de los gerasenos. Apenas Jesús desembarcó, le salió al encuentro desde el cementerio un hombre poseído por un espíritu impuro. El habitaba en los sepulcros, y nadie podía sujetarlo, ni siquiera con cadenas. Muchas veces lo habían atado con grillos y cadenas, pero él había roto las cadenas y destrozado los grillos, y nadie podía dominarlo. Día y noche, vagaba entre los sepulcros y por la montaña, dando alaridos e hiriéndose con piedras. Al ver de lejos a Jesús, vino corriendo a postrarse ante él, gritando con fuerza: "¿Qué quieres de mí, Jesús, Hijo de Dios, el Altísimo? ¡Te conjuro por Dios, no me atormentes!". Porque Jesús le había dicho: "¡Sal de este hombre, espíritu impuro!". Después le preguntó: "¿Cuál es tu nombre?". El respondió: "Mi nombre es Legión, porque somos muchos". Y le rogaba con insistencia que no lo expulsara de aquella región. Había allí una gran piara de cerdos que estaba paciendo en la montaña. Los espíritus impuros suplicaron a Jesús: "Envíanos a los cerdos, para que entremos en ellos". El se lo permitió. Entonces los espíritus impuros salieron de aquel hombre, entraron en los cerdos, y desde lo alto del acantilado, toda la piara -unos dos mil animales- se precipitó al mar y se ahogó. Los cuidadores huyeron y difundieron la noticia en la ciudad y en los poblados. La gente fue a ver qué había sucedido. Cuando llegaron adonde estaba Jesús, vieron sentado, vestido y en su sano juicio, al que había estado poseído por aquella Legión, y se llenaron de temor. Los testigos del hecho les contaron lo que había sucedido con el endemoniado y con los cerdos. Entonces empezaron a pedir a Jesús que se alejara de su territorio. En el momento de embarcarse, el hombre que había estado endemoniado le pidió que lo dejara quedarse con él. Jesús no se lo permitió, sino que le dijo: "Vete a tu casa con tu familia, y anúnciales todo lo que el Señor hizo contigo al compadecerse de ti". El hombre se fue y comenzó a proclamar por la región de la Decápolis lo que Jesús había hecho por él, y todos quedaban admirados.















REFLEXIÓN DEL PAPA FRANCISCO
El Papa en Sta. Marta: ‘No hay humildad sin humillaciones’

En la homilía de este lunes, el Santo Padre reflexiona sobre el camino hacia la santidad del rey David

El papa Francisco, en la homilía de la primera misa del mes de febrero celebrada en Santa Marta, ha subrayado que la humildad es el camino de la santidad. De este modo, el Santo Padre ha reflexionado sobre la historia del rey David que, consciente de su pecado, acepta las humillaciones con espíritu de confianza en el Señor. Asimismo, ha asegurado que Dios perdona el pecado, “pero las heridas de una corrupción difícilmente sanan”.

El Pontífice ha explicado que el rey David “está a un paso de entrar en la corrupción”, pero el profeta Natán, enviado por Dios, le hace entender el mal que ha realizado. Así, el Papa ha recordado que David es pecador pero no corrupto porque “un corrupto no se da cuenta”. Por eso, ha precisado que “es necesaria una gracia especial para cambiar el corazón de un corrupto”. Y David, que tenía el corazón noble aún reconoce su culpa. Y Natán le dice: “el Señor perdona tu pecado, pero la corrupción que has sembrado crecerá. Has matado a un inocente para cubrir un adulterio. La espada no se alejará nunca de su casa’.

Por eso, el Santo Padre ha indicado que “Dios perdona el pecado, David se convierte pero las heridas de una corrupción difícilmente sanan. Lo vemos en muchas partes del mundo”. David debe enfrentar al hijo Absalón, ya corrupto, que le hace la guerra. Pero el rey reúne a los suyos y decide dejar la ciudad y deja volver el Arca, no usa a Dios para defenderse. Se va “para salvar a su pueblo”. Y este –ha precisado– es el camino de santidad que David, después de ese momento en el que había entrado en la corrupción, comienza a hacer.

El Pontífice ha proseguido la homilía recordando que David llorando y con la cabeza cubierta deja la ciudad y hay quien le sigue para insultarlo. Entre estos, Simei le llama “sanguinario”, lo maldice. David acepta esto porque, tal y como ha afirmado el Papa, “si maldice es porque el Señor” se lo ha dicho.

El Papa ha proseguido explicando que “David sabe ver los signos: es el momento de la humillación en el cual él está pagando su culpa”. Y ha añadido: “este es el recorrido de David, desde el momento de la corrupción a este confiarse a las manos del Señor. Y esto es santidad. Esto es humildad”.

Yo –ha observado el Francisco– pienso en cada uno de nosotros, si alguno nos dice algo, algo feo”, “enseguida tratamos de decir que no es verdad”. O hacemos como Simei: “damos una respuesta más fea aún”.

Por otro lado, el Santo Padre ha aclarado que “la humildad solamente puede llegar a un corazón a través de las humillaciones. No hay humildad sin humillaciones y si no eres capaz de llevar algunas humillaciones en tu vida, no eres humilde”.

Finalmente, el Pontífice ha resaltado que “el único camino para la humildad es la humillación. El fin de David, que es la santidad, viene a través de la humillación. El fin de la santidad que Dios regala a sus hijos, regala a la Iglesia, viene a través de la humillación de su Hijo, que se deja insultar, que se deja llevar a la Cruz, injustamente”. Y este Hijo de Dios que se humilla –ha concluido– es el camino de la santidad. Y David, con su actitud, profetiza esta humillación de Jesús”.

El Obispo de Roma ha invitado hoy a pedir la gracia, para cada uno de nosotros, para toda la Iglesia, la gracia de la humildad, pero también la gracia de entender que no es posible ser humildes sin humillación.

(fuente: zenit.org)

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